Motivador del Mes - Enero 2019
Buscar la verdad
Es tanta la información disponible, y está a tu alcance con tanta velocidad. ¿Cómo saber qué es verdad, y qué no? Encontrar los hechos relacionados con prácticamente cualquier tema que puedas imaginar es muy fácil. ¿Cómo saber en cuales de esos hechos creer, y cuáles ignorar?
Imagina que junto a tus amigos quieren salir a cenar, y quieren probar un restaurante en el cual ninguno de ustedes haya comido aún. ¿Cómo eliges un buen lugar? Puedes revisar opiniones en Yelp o en algún otro sitio de reseñas on-line. Pero, ¿realmente puedes confiar en ellas? Lo más probable, para cualquier restaurante que elijas, es que encuentres reseñas tanto positivas como negativas. ¿Con cuáles te quedarás? Hay montones de datos, pero muchos de ellos entran en conflicto. Entonces, ¿cómo hacer para resolver este tipo de situaciones?
En prácticamente cada tema en el cual te enfoques caerás en un dilema similar. Ya sea que estés buscando un mecánico confiable para reparar un vehículo, o una dieta sana que puedas seguir, o los datos relacionados con alguien que está intentando ser elegido para un cargo público, la verdad puede resultar esquiva. Lo más probable es que encuentres muchísima información, pero cuanta más información descubras, más dudas tendrás respecto de su veracidad.
El problema en cuanto a qué creer siempre ha existido. Sin embargo, como la tecnología ha puesto muchísima más información, muchísimo más fácil y rápidamente al alcance de todos, el problema ha adoptado una dinámica nueva. Lo que ha sucedido es que el costo de conseguir y de diseminar información se ha reducido a prácticamente cero. Al mismo tiempo, la cantidad de información disponible ha explotado hasta resultar en un volumen cercano al infinito. Como resultado, hay una impresionante cantidad de información a la que puedes tener acceso, pero la misma yace sepultada bajo un inmenso barullo y absolutas falsedades.
Para darle un poquito de sentido a todo ello, pensemos un poquito en la historia del conocimiento. Antes de que el lenguaje escrito hubiese sido desarrollado, el conocimiento era transmitido de una persona a otra, y de una generación a otra, mediante la transmisión oral. No resultaba particularmente eficiente ni preciso, y por ello el conocimiento era algo escaso y valioso, hasta el punto de ser considerado sagrado. Como tal, la gente tomaba en cuenta tanto lo que estaba escuchando, como lo que estaba siendo expresado. La comunicación de la información estaba basada en relaciones. No se trataba de una transacción discreta, no era apenas una transmisión de contenido. Por el contrario, la información estaba integrada con relaciones interpersonales preestablecidas. Con el correr del tiempo, la calidad y confiabilidad de esas relaciones hacía posible para los involucrados saber quién era de fiar y quién no. Aquellos que contaban las historias a las cuales las personas escuchaban, eran quienes habían logrado credibilidad.
A medida que la tecnología mejoraba, con el lenguaje escrito primero, con la prensa impresa después y luego con las comunicaciones electrónicas, la información se volvió mucho más precisa y accesible. Sin embargo, seguía siendo relativamente cara. A finales del 1700, por ejemplo, el precio de un libro impreso era equivalente a un salario de una semana de trabajo. Haz tú el cálculo en relación con tu país de residencia. Avanzando un par de siglos hasta 1955, un televisor blanco y negro de 17 costaba aproximadamente $150 en USA, lo cual equivaldría a $1400 en dólares de hoy. Así que aun cuando la tecnología de la información avanzaba, los costos de diseminar la información seguían siendo significativos. Esos costos imponían una cierta disciplina en cuanto a la producción y distribución de libros, diarios, programas de radio y televisión, y otros medios de comunicación. No todo el mundo podía publicar un libro o producir un programa de noticias en la televisión. Esos roles recayeron principalmente en personas fiables, experimentadas, que se habían ganado cierta reputación en cuanto a ser creíbles.
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